Datos y cifras
• El castigo físico o corporal de los niños es un fenómeno muy frecuente, tanto en los hogares como en las escuelas. Se calcula que 1200 millones de niños de 0 a 18 años sufren cada año estos castigos en su hogar.
• En algunos países, casi todos los alumnos declaran haber recibido castigos físicos por parte del personal escolar. El riesgo es similar tanto en los niños como en las niñas, y también en los menores de hogares acomodados y de hogares pobres.
• Las pruebas muestran que estos castigos perjudican la salud física y psíquica del niño, aumentan sus problemas de conducta con el tiempo y no tienen ningún efecto positivo.
• Todo castigo corporal, por leve que sea, conlleva un riesgo intrínseco de escalada. Los estudios indican que los progenitores que han recurrido al castigo físico corren más riesgo de causar maltratos graves.
• Los castigos corporales están vinculados a diversos efectos negativos para los niños en todos los países y culturas, en particular problemas de salud física y mental, retraso del desarrollo cognitivo y socioemocional, un menor rendimiento académico, mayor agresividad y un mayor uso de la violencia.
• Imponer castigos corporales infringe el derecho de los niños al respeto de su integridad física y de su dignidad humana, su derecho a la salud, el desarrollo y la educación, y su derecho a no ser sometido a torturas ni a otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes.
• En varias metas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible se exhorta a erradicar la violencia contra los niños, pero donde se enuncia más explícitamente es en la meta 16.2, en la que se afirma que es preciso «poner fin al maltrato, la explotación, la trata y todas las formas de violencia y tortura contra los niños».
• Los castigos físicos y los perjuicios que acarrean se pueden prevenir mediante enfoques multisectoriales y multidimensionales que incluyan reformas legislativas, cambios en las normas nocivas sobre la crianza y los castigos, el apoyo a padres, madres y cuidadores, y los programas escolares.
Panorama general
El Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, que supervisa la Convención sobre los Derechos del Niño, define el castigo corporal o físico como «todo castigo en el que se utilice la fuerza física y que tenga por objeto causar cierto grado de dolor o malestar, aunque sea leve».
Según este Comité, en la mayoría de los casos se trata de pegar a los niños (dar manotazos, bofetadas o palizas) con la mano o con algún objeto (un azote, una vara, un cinturón, un zapato, una cuchara de madera, etc.), pero también puede consistir, por ejemplo, en dar puntapiés, zarandear o empujar a los niños, arañarlos, pellizcarlos, morderlos, tirarles del pelo o de las orejas, obligarlos a ponerse en posturas incómodas, causarles quemaduras u obligarlos a ingerir alimentos hirviendo u otros productos.
Hay otras formas de castigo que no conllevan maltrato físico pero que pueden ser igualmente crueles y degradantes y entran en el ámbito de aplicación de la Convención, ya que con frecuencia acompañan al castigo físico y se añaden a él. Se trata, por ejemplo, de castigos en que se menosprecia, se humilla, se denigra, se trata como chivo expiatorio, se amenaza, se asusta o se ridiculiza al niño.
Alcance
Los datos de UNICEF muestran que 1200 millones de niños de 0 a 18 años son sometidos cada año a castigos físicos en su hogar. En 58 países en los que se desglosó la gravedad del fenómeno, alrededor del 17 % de los niños sufrió castigos físicos graves —como golpes en la cabeza, la cara o las orejas, o golpes fuertes repetidos— en el mes previo a la encuesta. Las enormes variaciones que existen entre países y regiones y también con el paso del tiempo demuestran que es posible prevenirlos.
Salvo en algunos países en los que las tasas entre los niños varones son más altas, los resultados derivados de estudios equiparables muestran que la prevalencia de los castigos físicos es similar para las niñas y los niños. Los niños pequeños (de dos a cuatro años) corren el mismo riesgo que los de mayor edad (de cinco a 14 años) de sufrirlos, incluso en sus formas más duras, si bien dicho riesgo es mayor en determinados países.
La mayoría de los niños están expuestos a formas de castigo tanto físicas como psicológicas. Muchos padres y cuidadores dicen que aplican medidas disciplinarias no violentas (como explicar al niño por qué su comportamiento es incorrecto o retirarle privilegios), pero a menudo las combinan con métodos violentos. Son pocos los niños que son objeto solamente de formas no violentas de disciplina.
Uno de cada dos niños de seis a 17 años (en total, 732 millones) vive en países donde los castigos físicos en la escuela no están totalmente prohibidos. Los estudios indican que la prevalencia a lo largo de la vida de los castigos físicos en el ámbito escolar fue superior al 70 % en África y América Central; la prevalencia en el año previo a la encuesta fue superior al 60 % en las regiones del Mediterráneo Oriental y Asia Sudoriental de la OMS, y en la semana previa fue de más del 40 % en África y en Asia Sudoriental. La prevalencia más baja se registró en la Región del Pacífico Occidental de la OMS, con alrededor del 25 % a lo largo de la vida y durante el año previo. Cabe señalar que los castigos físicos están muy extendidos tanto en las escuelas primarias como en las secundarias.
Consecuencias
Los castigos físicos desencadenan respuestas psicológicas y fisiológicas dañinas. Además de sufrir dolor, tristeza, miedo, cólera, vergüenza y culpa, los niños se sienten amenazados, lo que les provoca estrés y activa sus vías neuronales implicadas en la respuesta al peligro. En los niños que han recibido castigos físicos se observa una elevada reactividad hormonal al estrés, una sobrecarga de los sistemas biológicos, en particular de los sistemas nervioso, cardiovascular y nutricional, y cambios en la estructura y la función cerebrales.
Pese a su aceptación generalizada, los azotes también se asocian con un funcionamiento cerebral atípico que se asemeja al de formas de maltrato más graves, lo que resta validez al argumento, a menudo esgrimido, de que las formas menos graves de castigo físico no son perjudiciales.
Un gran número de estudios ilustra la relación entre el castigo físico y una amplia gama de efectos negativos, tanto inmediatos como a largo plazo:
- daños físicos directos que, en ocasiones, provocan lesiones graves, discapacidad permanente o la muerte;
- problemas de salud mental, en particular trastornos del comportamiento o por ansiedad, depresión, desesperanza, baja autoestima, conductas autolesivas e intentos de suicidio, dependencia del alcohol y las drogas, hostilidad e inestabilidad emocional, que persisten en la edad adulta;
- retraso del desarrollo cognitivo y socioemocional, en especial de la regulación de las emociones y la capacidad para resolver conflictos;
- efectos en la educación, en particular el abandono escolar, y menores logros académicos y profesionales;
- una escasa interiorización moral y una mayor frecuencia de comportamientos antisociales;
- una mayor agresividad en los niños;
- conductas violentas, antisociales o delictivas en la edad adulta;
- daños físicos indirectos debidos a la sobrecarga de los sistemas biológicos, en particular cáncer, problemas relacionados con el consumo de bebidas alcohólicas, migrañas, enfermedades cardiovasculares, artritis y obesidad, que persisten en la edad adulta;
- una mayor aceptación y uso de otras formas de violencia; y
- un deterioro de las relaciones familiares.
Existen pruebas procedentes de estudios que indican que la respuesta es proporcional al estímulo. Se ha observado que la agresividad de los niños y su bajo rendimiento en matemáticas y en la capacidad lectora aumentan a medida que se incrementa la frecuencia de los castigos físicos.
Factores de riesgo
Se han señalado factores de riesgo del castigo físico en los niveles individual, relacional, comunitario y social.
En el plano individual, el hecho de que un niño tenga una discapacidad aumenta de forma considerable el riesgo.
En el ámbito familiar, se observan factores de riesgo en los padres; por ejemplo, que hayan recibido castigos físicos en su infancia y que padezcan problemas de salud mental, como la depresión, así como un consumo nocivo de alcohol y drogas.
En los planos comunitario y social, características como la pobreza, el racismo y la discriminación por clase social aumentan el riesgo.
Prevención y respuesta
Los castigos físicos y los perjuicios que acarrean se pueden prevenir mediante enfoques multisectoriales y multidimensionales que incluyan reformas legislativas, cambios en las normas nocivas sobre la crianza y los castigos, el apoyo a padres, madres y cuidadores, y los programas escolares.
En algunos países, las tasas de prevalencia del castigo físico disminuyen tras la promulgación de leyes que lo prohíben; en otros, la prevalencia aumenta o no varía tras las prohibiciones; y en otros en los que no se imponen prohibiciones se pueden observar aumentos y descensos.
El uso continuado del castigo físico y la persistencia de la creencia en su necesidad en algunos países, pese a las prohibiciones legales, muestran que los esfuerzos por promulgar y hacer cumplir estas leyes deben ir acompañados de intervenciones guiadas por un enfoque socioecológico más amplio que incida en los factores de riesgo en los planos individual, familiar, comunitario y social.
El módulo técnico INSPIRE consiste en varias intervenciones eficaces y prometedoras, como las siguientes:
- la promulgación y la vigilancia del cumplimiento de leyes que prohíban los castigos físicos, para que los niños gocen de la misma protección legal frente a las agresiones que los adultos. Estas leyes cumplen una función más pedagógica que punitiva, pues buscan aumentar la sensibilización, reorientar las actitudes hacia una crianza no violenta y establecer claramente las responsabilidades de madres, padres y cuidadores en su función de cuidadores;
- los programas sobre normas y valores para transformar las normas sociales nocivas en materia de crianza y disciplina infantil;
- el apoyo a madres, padres y cuidadores mediante sesiones de información y de mejora de sus aptitudes para fomentar una crianza afectuosa y no violenta;
- las intervenciones educativas y que fomenten las aptitudes para la vida, con el fin de generar un clima escolar positivo y un entorno sin violencia y de fortalecer las relaciones entre el alumnado, los docentes y el personal directivo; y
- los servicios de respuesta y apoyo para la detección temprana de los castigos y la atención a los niños que los sufren y a sus familias, a fin de reducir la reiteración de la disciplina violenta y mitigar sus consecuencias.
Cuanto antes se aplican esas intervenciones en la vida de los niños, mayores son los beneficios tanto para ellos (por ejemplo, para su desarrollo cognitivo, sus competencias conductuales y sociales y sus logros académicos) como para la sociedad (por ejemplo, gracias a la reducción de la delincuencia y la criminalidad).
Respuesta de la OMS
La OMS aborda los castigos físicos mediante varios métodos transversales. En colaboración con sus asociados, ofrece orientaciones y apoyo técnico para la prevención y la respuesta basadas en la evidencia. Además, contribuye a la prevención mediante la labor realizada en varias de las estrategias del módulo técnico INSPIRE, como las relativas a la legislación, a las normas y los valores, a la crianza y a la prevención de la violencia en el ámbito escolar. Asimismo, la OMS aboga por aumentar el apoyo internacional a las actividades de prevención y respuesta basadas en la evidencia y las inversiones en esa esfera.